Veu Vermella, 06/03/2021
Fotografía de @artivistafeminista (Instagram)
Mañana, como muchos sabréis, es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, un día que conmemora la lucha por la igualdad, la participación y el empoderamiento de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad. Es por este motivo que hemos decidido hacer un artículo repasando la historia de las mujeres desde la Prehistoria hasta nuestros días, ya que es un día para recordar a todas aquellas que han luchado por lo que hemos conseguido, que es por ellas por lo que hoy en día estamos aquí.
En primer lugar, vamos hacer un paso por la Prehistoria, una etapa en la que la diferencia de poder entre un hombre y una mujer era considerada “normal” e incluso natural. Las mujeres pertenecían a los roles cotidianos de la sexualidad y la maternidad y eso se ve reflejado en la actualidad mediante representaciones como la de la Venus de Laussel. En diversas ilustraciones pertenecientes a este período ellas aparecen arrodilladas o en actitudes pasivas y, sobre todo, dentro del espacio doméstico en el que se frecuentaba la actividad de la mujer. Junto a ello, la posición de la mujer en la Prehistoria era secundaria y se le atribuían tareas como el tratamiento de las pieles, dando a entender que la industria textil pertenece al colectivo femenino, siendo esta imagen muy frecuentada en los libros de enseñanza de nuestra sociedad. Esta situación se visualiza, a día de hoy, en la exposición conocida como Las mujeres en la Prehistoria (2006), localizada en Valencia. Este proyecto pretende reflejar el papel fundamental que tuvieron las mujeres de esa época, junto al Paleolítico y la Edad de Bronce. El oficio de la mujer consistía en recolectar, cazar especies pequeñas y sobrevivir, junto a ello se le sumaba la conservación de alimentos, indumentaria, cuidado, transmisión de valores y el mantenimiento del fuego en el hogar.
Esta situación era totalmente diferente en el Antiguo Egipto, ya que se les considera una sociedad “moderna” por el simple hecho de que las mujeres disfrutaban de cierta libertad en cuanto a diversos ámbitos. No eran consideradas inferiores, sino complementarias, puesto que había cierta igualdad frente a la ley por parte de ambos géneros, y eso se reflejaba en la libre actividad, como es el caso de la administración de los bienes propios de una mujer, fundar un negocio o trabajar en empleos fuera de los estándares de la época. Un hallazgo importante que ocurrió en este periodo es la creación del testamento de Naunakhte (c.1190- 1070 a.C.) el cual permitía desheredar a los hijos. Este documento se encontró en 1928 en la población egipcia de Deir el-Medina, gracias a la exploración del Instituto Francés de esta zona. En cuanto al ámbito de la educación, existía la “Casa Jeneret”, lugar habitado por la Gran Esposa Real (mujer del faraón) y en el que las niñas adquirían conocimientos sobre arte, música (aprendían a tocar el arpa, el laúd y la flauta, entre otros instrumentos) y danza.
La población femenina ocupaba oficios como el de sacerdotisa (conocido este cargo como Adoratriz), plañideras (acompañantes del cortejo fúnebre a través de danzas y lamentos), campesinas, comadronas, tejedoras y artistas. Un ejemplo de mujer reconocida de la época es la funcionaria Nebet, perteneciente a la Dinastía VI. La literatura recolectaba un gran número de mujeres, o en este caso, diosas que eran respetadas y admiradas en la sociedad egipcia, como es el caso de Maat (diosa de la verdad y responsable del orden cósmico), Hathor (diosa del amor, la danza y las artes musicales), Bastet (diosa protectora del hogar) e Isis (conocida como la “Gran Maga”, diosa de la maternidad y el nacimiento). Por otra parte, el matrimonio era una de las acciones libres que tenían las mujeres, ya que podían elegir con quién casarse, aunque ello conllevaba la aprobación previa del núcleo familiar, se alejaba del modelo religioso y primaba la aseguración de bienes y la convivencia en pareja. Había aspectos que diferencian esta situación con las otras etapas, ya que la esposa conservaba su apellido y pasaba a llamarse “Nebt-Het” (Señora de la Casa). El espacio político es otro factor diferenciador ya que las mujeres podían optar al trono, como el caso de Hatshepsut en Egipto, que gobernó entre 1490-1468 a.C.
La mujer en Roma no disfrutaba de la misma libertad que en Egipto debido a que permanecían la mayor parte del tiempo en casa y se dedicaban a tejer, educar y criar a sus hijos en su gran mayoría. Los derechos eran muy limitados ya que no tenían ni voz ni voto en distintos ámbitos como el político o el civil, y primaba la autoridad por parte de los hombres sobre las mujeres, teniendo estas un papel secundario, a lo que se le sumaba la no aceptación de ellas ni la polis, ni en asambleas públicas, siendo a su vez imposible la ocupación de cargos públicos y la votación. La educación de las niñas consistía en el enseñamiento de la danza, gimnasia, dominio de la música (se presentaban a competiciones musicales, festivales y ceremonias religiosas), y a su vez, se les preparaba para la crianza de sus futuros hijos, dejando a un lado el desarrollo intelectual de las alumnas. Muchas de ellas sufrían pederastia y se veían obligadas a mantener relaciones sexuales con su esposo adulto, el cual servía como mentor para las menores.
Las mujeres jóvenes debían llegar vírgenes al matrimonio, cumpliendo así con las órdenes impuestas por el padre o, en el caso de no tenerlo, un guardián (kyrios). La media de edad para casarse era de entre 13-14 años y este paso era obligatorio ya que no era bien aceptado el hecho de que una mujer adulta estuviera soltera. Al contraer matrimonio, las mujeres eran acompañadas de esclavos, los cuales les servían de ayuda en la casa. El contacto con otros hombres era prácticamente nulo y solamente podían participar en ceremonias y festivales religiosos que fuesen públicos, siempre que no se faltara el honor a la familia, por lo contrario, no podían acudir a ellos (acto conocido como moicheia).
En Grecia, se realizó la reforma de Solón, la cual consistía en la posibilidad de que las mujeres pudiesen heredar la propiedad del padre, suponiendo que no tenían hermanos varones. En cuanto a cargos y puestos de trabajo, las mujeres griegas podían ser sacerdotisas (encargadas de cuidar el templo), participar en la Thesmophoria de Atenas (festival), ser poetas como Safo de Lesbos, filósofas como Areta de Cirene, líderes como Gorgo de Esparta y Aspasia de Atenas, o médicas como Hargnódice de Atenas.
La mitología también cobraba cierta importancia en esta época, ya que se les rendía homenaje a varias diosas como por ejemplo Atenea (diosa de la sabiduría, patrona de Atenas, figura de la inteligencia, del valor y el honor). En la literatura, se representaba a la mujer como “alborotada”, como es el caso de Hera (celosa) o Afrodita (mediante sus encantos cautivaba a los hombres).
El puesto profesional de las esclavas era similar a la de otros periodos, puesto que frecuentaban las mujeres dedicadas a la casa, como las empleadas del hogar o cocineras. Lo que variaba un poco era la educación, y eso se debía a que los campos de interés por parte de las mujeres se extendían, siendo la filosofía, geometría, medicina, anatomía femenina, ginecología y la oftalmología las ramas más frecuentas
La siguiente época en la que nos centramos es la Edad Media, el período histórico de la civilización occidental comprendido entre los siglos V y XV, diez siglos de historia. Su inicio se sitúa con la caída del Imperio romano en el año 476; su fin no se sabe bien, pero se sitúa entre la caída del Imperio Bizantino en 1453 o con el descubrimiento de América en 1492.
Centrándonos en las mujeres, eran ellas quienes quedaban relegadas a la atención del hogar, del que eran dueñas y señoras. Las tareas que realizaban era la crianza de los hijos, la organización del servicio si lo tenían y de la economía doméstica, en el caso de que el marido estuviese en la guerra. Sin embargo, durante un período específico de la Edad Media, los oficios que las mujeres realizaban eran trabajos como vendedoras de pan por la calle, verduleras, taberneras, vendimiadoras, enfermeras, bodegoneras o lecheras. También había mujeres que ayudaban a sus maridos con el trabajo, además de heredar el negocio del esposo. No se debe creer que no existieran mujeres casadas o solteras que hicieran actividades completamente distintas a las que realizaba el hombre, inclusive muchas mujeres tras casarse continuaban en el mismo oficio que el que tenían cuando eran solteras, siendo este diferente al del esposo en algunos casos.
Asimismo, se sabe que durante los S. XII y XIII las mujeres llegaron casi a igualar a los hombres en el mundo laboral. También si miramos El libro de los oficios (1268) de París, se nombraban alrededor de 150 oficios ejercidos por las mujeres. La historiadora Margaret Wade Labarge dijo: «Casi no encontramos oficios en los que no hubiera presencia femenina». Los trabajos en los que se pagaba mejor a las mujeres eran las amasadoras, carpinteras y las que trabajaban con el vidrio, puesto que se necesitaba una gran preparación para realizarlos y los que menos eran los trabajos realizados en el espacio doméstico.
Desgraciadamente, a partir de finales del S. XIII la misoginia vuelve a ganar peso por toda Europa, terminando por triunfar en esta época, y acabando por prohibirse la presencia de mujeres en gremios y cofradías.
La concepción que los medievales tenían sobre la relación entre los sexos femenino y masculino varió en la Baja Edad Media, siendo esta una cuestión que determinará la situación de las mujeres desde los siglos medievales hasta hoy. La libertad femenina termina con lo que se denomina la “revolución aristotélica”, un cambio que se produce a mediados del siglo XIII cuando el sector conservador europeo introduce en las universidades la lectura de los textos de Aristóteles y, en consecuencia, el pensamiento misógino del filósofo griego comienza a expandirse con la “teoría de la polaridad de los sexos”, que establece al hombre como superior a la mujer, dando un giro muy hostil a lo que era vivido y entendido como lo femenino. A partir de esto se empezaron a crear textos vejatorios hacia las mujeres, siendo estos contestados por la “querella de las mujeres”, un debate político, filosófico y literario sobre la capacidad de la mujer e inferioridad respecto al hombre.
En cuanto a la violencia que sufrieron las mujeres de la época fue por dos elementos culturales: en primer lugar, el contexto de violencia feudal y en segundo lugar, por la influencia que el patriarcado ejercía sobre ellas, en el que establece una jerarquía atendiendo al sexo biológico y subordina a las mujeres respecto a los hombres.
La justicia medieval no protegía a las mujeres del adulterio y la violación que llegaban a sufrir las gran mayoría de ellas. Este tipo de delitos, eran considerados pecados por la Iglesia, la cual era una pieza fundamental en la justicia de la época; por lo que discriminaban a la mujer y las dejaban vulnerables. Además, se contemplaba el matrimonio como un refugio tras haber sido violadas.
A finales de la Edad Media, en el siglo XV, se empezó a dar el proceso conocido como la caza de brujas. Esto fue una persecución masiva de mujeres generadoras de un conocimiento específico por parte de la Iglesia después de que se pensaran que ciertas mujeres tenían un pacto con el demonio para acabar con la Cristiandad latina como consecuencia de la crisis económica, social y cultural provocada por la Peste Negra.
La Guerra de los Cien Años fue un hecho muy relevante de esta época. Cuando oímos hablar de este suceso, una de las mujeres relevantes que nació en medio de la guerra es Juana de Arco, quien vivió alrededor de 19 años. A los 13 años empezó a oír voces que la cuidaban y que según ella venían de la Iglesia. Un día, las voces le encargaron una ardua tarea que era guiar al ejército francés a la victoria y expulsar al ejército inglés. Después de muchos intentos, Juana de Arco consiguió reunirse con Carlos de Valois, más conocido como el Delfín, quien la envió al asedio de Orleans como integrante de un ejército de ayuda y fue allí donde se ganó la fama tras levantar el asedio después de nueve días. Gracias a este hecho y después de varias victorias más, Carlos pasó a ser rey Carlos VII. Esto hizo que los franceses no decayeran y allanaran el camino hacia la victoria final. Así, en 1430 Juana de Arco fue capturada y procesada por un grupo de nobles franceses que se habían aliado con los ingleses y fue entregada a ellos. Finalmente, el 30 de mayo de 1431, fue quemada en la hoguera por orden del duque Juan de Bedford.
La siguiente época por la que os vamos a llevar es la Edad Moderna, que abarca desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789), se diferencia de la época anterior por ser una transición hacia el cambio social, político y económico. Esto lo vemos con el surgimiento de fenómenos Modernistas como el capitalismo y el humanismo, y concepto como la nación y el Estado. Nace la burguesía como clase social asociada al progreso y mercado y vemos una sociedad estamental jerarquizada y definida por criterios económicos. Además, este periodo se caracteriza por buscar referencias de la Época Clásica, cosa que se puede ver reflejada en el arte del Renacimiento.
Sin ser novedad, las mujeres seguían subordinadas e invisibilizadas en una sociedad patriarcal. Eran más visibles las pertenecientes a la realeza, como Teodora de Bizancio, Leonor de Aquitania o Urraca de León y Castilla, pero las historiografía las trató con misoginia; pues no se sabe nada de ellas, y lo que se sabe, muchas veces, es tratado de forma denigrante (Juana “la loca”, María “la sangrienta”… casi todo un juicio vinculado a la libertad sexual de las mismas). Se les concedía papel intelectual a algunas monjas como a las escritoras Teresa de Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz.
La Querelle des femmes (XIV-XVIII) era un debate literario y académico que defendía la capacidad intelectual de las mujeres y el derecho de las mujeres al acceso a la universidad y la política. Es decir, empieza la idea de que la desigualdad es una realidad social y cultural, no natural. Se manifestó en tertulias y generó diversos escritos. Además, en el siglo XV fue la primera vez que las mujeres tomaron la palabra públicamente en defensa de sus capacidades. Pues, esto anteriormente era “cosa de hombres”.
Destaca Christine de Pizan (1364-1430), una filósofa, poeta humanista y escritora veneciana precursora del feminismo occidental. Esta fue la primera mujer que intervino en este debate públicamente y es considerada la primera mujer escritora profesional de la historia. En su libro La ciudad de las damas (1405) imagina quedarse dormida y ser visitada por 3 virtudes personificadas: la razón, la rectitud y la justicia, para decirle que Dios le ha otorgado el poder de reivindicar los derechos de las mujeres y aclarar la naturaleza de su desigualdad.
Otras remarcadas fueron Teresa de Cartagena, escritora y religiosa considerada la primera escritora en lengua castellana del 1400; Isabel de Villena, una religiosa, poeta y prosista española considerada la primera escritora reconocida en valenciano; María de Zayas, una escritora española del Siglo de Oro cuyas novelas cortas tuvieron un gran éxito y las cuales fueron prohibidas por la Inquisición en el siglo XVIII; Lucrezia Marinella, escritora, poeta, humanista italiana y defensora de los derechos de las mujeres.
La siguiente etapa que vamos a presentar es la Edad Contemporánea, el periodo histórico comprendido entre la Revolución Francesa y la actualidad. Los acontecimientos de esta época se vieron marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología, conformando así dos grandes Revoluciones Industriales. Al mismo tiempo se construía una sociedad de clases presidida por la burguesía y, debido a esto, el nacimiento y desarrollo del movimiento obrero. Por otra parte, también hubo grandes transformaciones políticas e ideológicas, así como las mayores guerras y crisis conocidas por la humanidad. Pero nosotras vamos a centrarnos en las mujeres de este periodo, y cómo fue cambiando su rol, ¿Dónde estaban las mujeres en cada uno de estos sucesos revolucionarios?
Si seguimos una línea temporal, la Revolución Francesa fue la que dio comienzo a la Edad Contemporánea, una época en la que la participación femenina fue muy intensa, pero que, más tarde, no supo asumir los planteamientos feministas, ya que la Constitución de 1793 excluyó a las mujeres de los derechos políticos y, las más activistas como Olympe de Gouges acabaron en la guillotina o, como muchas otras, en el exilio por «haber transgredido las leyes de la naturaleza abjurando de su destino de madres y esposas pretendiendo convertirse en “hombres de Estado”». De este modo, a principios del XIX, las mujeres estaban prácticamente apartadas de toda actividad ya que, con Napoleón y su Código Civil, las mujeres ya no podían acceder a ningún tipo de educación, ni votar, ni ocupar cargos públicos, entre otras prohibiciones que equivalían a considerarlas como niñas durante toda su vida, es decir, estaban supeditadas al hombre y no tenían personalidad jurídica propia.
No obstante, el rápido desarrollo de la industrialización, la modificación de los sistemas de trabajo, la desaparición del Antiguo Régimen y el cambio de la estructura de la sociedad en la Revolución Industrial creó una nueva mentalidad que hacía necesaria la incorporación de la mujer al mundo laboral constituyendo, de este modo, una abundante, barata y sumisa mano de obra. Por este motivo, un día 8 de marzo de 1857, un grupo de trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York decidió salir a las calles para protestar por las míseras condiciones laborales, una de las primeras manifestaciones que luchaba por los derechos laborales de las mujeres. Sin embargo, lejos de las mujeres obreras, la burguesía y clase media sí seguían en el hogar, marginadas del mundo público, tanto laboral como social.
Poco después, comenzó la Primera Guerra Mundial, la cual supuso un avance en la incorporación de la mujer al mercado a nivel mundial, ya que siempre había estado relegada a tareas domésticas incluso durante esta Revolución Industrial. Pero la guerra supuso el reclutamiento de gran parte de los hombres para luchar, por lo que el trabajo industrial tuvo que ser ocupado por las mujeres, asumiendo así responsabilidades de las que siempre habían sido excluidas. Además, también hacemos especial hincapié en las mujeres enfermeras de la guerra, y en aquellas que lograron luchar en el campo de batalla: Maria Bochkareva, una mujer rusa que formó el Batallón de la Muerte de Mujeres, Flora Sandes, una oficial del ejército serbio, Edith Cavell, una importante enfermera británica, la primera oficial del mundo, Olena Stepaniv, y muchas otras más destacables por su increíble labor y fuerza.
En 1915, en Francia, se estableció un salario mínimo para las mujeres en el mercado textil y, dos años después, se decretó que hombres y mujeres ganaran lo mismo. El final de la guerra, sin embargo, no supuso un retroceso, porque las pérdidas de soldados u hombres incapacitados hicieron que las mujeres asumieran muchos puestos demostrando así su capacidad laboral. Además, poco a poco fueron avanzando en la lucha por sus derechos y, ante esta situación, las mujeres se organizaron y plantearon reivindicaciones que se desarrollaron en la primera ola del feminismo, un momento clave para la historia de las mujeres, ya que esta primera ola fijó todo su esfuerzo en conseguir la igualdad de la mujer ante el hombre, así como la protesta ante la equidad de derechos dentro del matrimonio y, a finales del XIX, se dirigieron a lograr el derecho a sufragio (derecho al voto). Olympe de Gouges fue una de las mujeres que reivindicó la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en la que afirma que los «derechos naturales de la mujer están limitados por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la naturaleza y la razón». Otra obra representativa de estos primeros momentos también fue La Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, un libro que constituye uno de los planteamientos reivindicativos de la posición femenina en la sociedad.
Hubo dos sucesos que marcaron esta primera ola: la Convención de Seneca Falls de Nueva York en 1848, que fue la primera convención por motivo de los derechos de la mujer en EE UU, considerada la apertura al feminismo en este país. Y, por otra parte, en Inglaterra nació un grupo de activistas de los derechos civiles y el sufragio femenino, las suffragettes, liderado por Emmeline Pankhurst, una figura de gran importancia en el movimiento sufragista, ya que ayudó a las mujeres a ganar el derecho a voto en Gran Bretaña.
Los sucesos históricos del momento también tuvieron gran importancia en este tiempo, sobre todo la abolición de la esclavitud ya que, hasta ese momento, las mujeres blancas de clase media-alta, habían sido el exclusivo grupo de feministas sin incluir a las mujeres negras. De este modo, Sojourner Truth fue una figura esencial, una mujer abolicionista y activista por los derechos de la mujer, que había vivido bajo la esclavitud, que había sido la primera mujer negra en ganar un juicio contra un hombre blanco, y que es ampliamente conocida por su discurso «Ain’t I a Woman» (¿No soy una mujer?) pronunciado en la Convención de los Derechos de la Mujer de Ohio. Las diferencias entre los conflictos de la mujer negra y la mujer blanca de clase, fueron el motivo por el cual se originaron confrontaciones y desacuerdos dentro del movimiento feminista, ya que vieron que la igualdad de género no se entrelazaba con la igualdad entre razas y, por este motivo, el feminismo se fue alejando del movimiento abolicionista. De este modo, tras dejar atrás cualquier tipo de “interferencia”, y concentrar su lucha y esfuerzos, en 1917, se logra el derecho a voto y, de esta manera, se originaron nuevas corrientes feministas interesadas en la igualdad de la mujer que lucharán en las olas posteriores.
Y así fue, ya que la segunda ola del feminismo tiene sus inicios en 1848 en Estados Unidos, en la Declaración de Seneca Falls con la reivindicación del derecho al voto. Sin embargo, las mujeres en Gran Bretaña no consiguieron el voto hasta después de la Segunda Guerra Mundial, pese a que tuvieran un papel muy importante a lo largo de esos 6 años. Fueron enfermeras, obreras, y trabajadoras en las fábricas cuando sus maridos lucharon en el frente.
En 1945 se crea la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y las sufragistas se reivindicaron en las calles para defender sus derechos. Entre ellas, destacamos a Emmily Pankhurst como exponente del movimiento. Además, las mujeres reclamaron el libre acceso a los estudios superiores o la igualdad salarial, que ya lo remarcaron en la primera ola.
Asimismo, de este movimiento nacen otras corrientes feministas: el feminismo liberal con Betty Friedan como exponente; el feminismo radical, el cual busca luchar contra el patriarcado desestabilizando la división sexual del trabajo y tiene a Kate Millet como precursora; y de este segundo surge el anarcofeminismo con Federica Montseny y antecedente Emma Goldman.
A raíz de todas las luchas comprendidas entre mediados del s. XIX y la década de los 50 del s. XX, se consiguieron los Derechos Sexuales y los Derechos Reproductivos. Posteriormente, se inicia otro período de revueltas feministas, conocida como la tercera ola, que empezó en la década de los 60 y actualmente hay un debate de si está acabada porque hemos pasado a una cuarta o continúa vigente.
Partimos de dos pioneras: por una parte, Betty Friedan, que se convirtió en un símbolo del feminismo liberal al crear la Organización Nacional de las Mujeres (NOW), y posteriormente escribir La mística de la feminidad (1963), que habla sobre el descontento generalizado de la mujer en la década de los 50/60, y ese sentimiento de vacío que sentían en el papel que tenían en la sociedad. Por otra parte, destacamos a Simone de Beauvoir con su libro El segundo sexo (1949), en el que hace una reflexión sobre qué significa ser mujer (“no se nace mujer, se llega a serlo”).
En EE. UU comienza esta época de revueltas gracias al testimonio televisivo de Anita Hill en el 1990, que acusó a Clarence Thomas de acoso sexual. Como respuesta, Rebecca Walker escribió un artículo (The Third Wave) y acuñó el término de la tercera ola feminista. Esta planteó que el feminismo de esta época no era una reacción a un suceso, sino una lucha en sí misma, ya que la causa feminista tenía más trabajo por delante. Este periodo se conoce también como “feminismo descolonial”, por nociones de raza, etnia o religión. Además, tenía como principal objetivo lograr la sororidad entre mujeres.
Esta ola trata las políticas públicas que reivindican a la mujer hasta el fin del patriarcado. Tiene importancia los anticonceptivos, ya que otorga a la mujer el poder de la natalidad y la liberación sexual. Así, aparecen nuevos términos, como el de “interseccionalidad”, que describe la idea de que las mujeres experimentan capas de opresión causadas por cuestiones de géneros, raza o clase social (Kimberlé Williams Crenshaw); y corrientes como el feminismo radical o el liberal se consolidan.
A partir de los años 80, cuando el movimiento feminista se extendió y se empezaron a llevar a cabo manifestaciones masivas y huelgas multitudinarias, se creó el dilema si realmente seguíamos actuando en la tercera ola o habíamos dado paso a una cuarta.
Es importante recalcar lo que se cuestiona esta etapa, y es plantear el fin de los privilegios de género establecidos históricamente en el hombre. Por eso, Judith Butler fue una de las teóricas fundacionales de la “teoría queer”, de la cual parte de la consideración de género como una construcción y no como un hecho natural, además de sostener que los géneros, las identidades y las orientaciones sexuales no están inscritos en la biología humana.
Asimismo, al feminismo descolonial se le suma el feminismo gordo (contra la delgadez impuesta en la moda actual y en los estereotipos fijados por la sociedad), y el movimiento LGTBI, en defensa de la lucha de las personas homosexuales, bisexuales o transgéneros. Este último término ha generado debate junto con las feministas “radfem” o TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist), ya que estas excluyen al colectivo transgénero porque piensan que una mujer trans no puede ser mujer. Destacan activistas trans como Laura Weinstein (Colombia), Laura Bugalho (España), Carla Delgado Gómez (España), Jazz Jennings (EE. UU) o Laverne Cox (EE. UU).
Actualmente, el feminismo sigue cobrando fuerza en las calles: cada 8 de marzo en el Día Internacional de La Mujer, miles de mujeres inundan las calles de color morado como símbolo de aquel 8 de marzo de 1857, donde las trabajadoras textiles de Nueva York salieron en protesta de las duras condiciones de trabajo, como ya hemos mencionado anteriormente. Bajo el concepto de sororidad, activismo en las redes y huelgas cada vez más multitudinarias, las mujeres luchamos, un año más, para lograr la igualdad real que todavía no nos han concedido.
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Qué trabajazo! Y qué interesante y necesario! Me lo guardo para releerlo una y otra vez. Como siempre me abrís puertas hacia un espacio del que quiero saber más. Gracias y enhorabuena, chicas 💜
Wow! Que pedazo de artículo! Curioso, entretenido, educativo, concienciador, objetivo, informativo, NECESARIO. Lo he disfrutado muchísimo. Gracias por dedicarle tanto cariño. La revolución será feminista o no será!