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Akhenatón, el faraón revolucionario

lliria, 16/04/21


La semana pasada fue noticia el hallazgo en Luxor (Egipto) de una ciudad perdida, motivo de felicitación para el equipo del famoso arqueólogo Zahi Hawas. Conocida como "El ascenso de Atón", sus restos podrían tener tres mil años de antigüedad, lo que nos situaría en el contexto de la XVIII Dinastía, una de las más apasionantes de la historia del País del Nilo. Sus muros habrían alojado a soberanos tan importantes como Amenhotep III, Akhenatón o Tutankamón. Pero, ¿qué acontecimientos rodearon a esta estirpe de faraones?

Retrocedamos al siglo XIV a.C. Egipto vive una etapa de esplendor. Las potencias vecinas no parecen amenazar el reino y el comercio fluye en el Mediterráneo Oriental. En torno al año 1353 a.C. fallece en Tebas el faraón Amenhotep III, y su hijo Amenhotep IV, con quien había tenido un breve período de corregencia, asume el poder. Durante los cuatro primeros años de reinado, tanto el joven faraón como su esposa Nefertiti parecen respetar el orden establecido, que en la esfera religiosa suponía la preponderancia del dios Atón (y por tanto, de su casta sacerdotal) dentro del panteón egipcio. Pero algo sucede durante el quinto año.

A partir de este momento el joven Amenhotep IV desafía a la sociedad del momento y a los sacerdotes amonitas. Les arrebata el poder y los privilegios, que eran muchos, elimina el culto a Amón y proclama que el único dios creador de todo lo existente es Atón. De hecho, cambia su propio nombre, que se puede traducir por “Amón está satisfecho” por el de Akhenatón (“Agradable o útil a Atón”). También elimina del templo todas las inscripciones de su padre que hacían referencia al antiguo dios. Comienza así la denominada Herejía de Akhenatón, el primer intento en la historia por instaurar el monoteísmo.


Estéril Brillante Salida del sol. Imagen: Pixabay


Pero, ¿quién es este dios y por qué para Akhenatón es tan importante? Hay quien lo identifica como el propio Sol, pero esto sería incorrecto, ya que el astro como tal sería Ra. Atón es la fuerza que emana de los rayos solares que lo inundan todo y permiten la vida. Se trata de un dios abstracto, presente en todas las cosas, un dios que ama al ser humano y que reside incluso en su interior. Un concepto fácil de asimilar para las actuales religiones monoteístas, pero que para la mentalidad del momento suponía un problema. El egipcio antiguo necesitaba ver a sus dioses en representaciones concretas, y a cada dios en su papel. No se podía hacer un cambio tan rápido de la noche a la mañana. Pero Akhenatón fue un visionario, un revolucionario. Quería instaurar de golpe la doctrina que su abuelo Tutmosis IV y su padre Amenhotep III ya habían comenzado a abrazar tímidamente.


Ank Cruz Espiritual Egipto. Fuente: Pixabay


El faraón no sólo desprovee a los sacerdotes de sus poderes y riquezas. Él mismo se proclama Sacerdote de Atón, el único que puede hablar con el dios en persona (aunque el resto de fieles puede adorarlo, y en cierto modo hace que el culto sea menos hermético que en los templos tradicionales). Clausura el Templo de Karnak y traslada la capital de Tebas a otra ciudad, pero no a una urbe ya existente. Busca un nuevo emplazamiento en mitad del desierto, entre las ciudades de Tebas, Luxor y Menfis. Según el faraón, el propio Atón le ha indicado el emplazamiento para fundar la que será Ajetatón (“El Horizonte de Atón”), lugar que ocupa la actual Tell el-Amarna. Estaba orientada hacia el este del Nilo, en un lugar estratégico para llevar a cabo un culto solar, ya que los rayos del sol incidían de manera especial en su salida, sobre todo coincidiendo con el equinoccio.

Se estima que unas veinte mil personas entre cortesanos, obreros y artistas siguieron al faraón en su empresa. Con el dinero que había extraído de los templos tradicionales, Akhenatón logró levantar esta ciudad en tan solo dos años. En primer lugar se perimetró el área con una serie de estelas que incluían el plano, las construcciones que se pensaba llevar a cabo y una serie de edictos con las ideas del faraón. Se emplearon técnicas

revolucionarias, como por ejemplo una nueva mezcla de arena y grava que daba mayor consistencia al suelo y la edificación a base de pequeños ladrillos cocidos y cortados con una medida ya establecida (unos treinta centímetros), llamados talatats, del árabe talata, “tres”. Más fáciles de manejar y de transportar que los tradicionales bloques de piedra, los nuevos ladrillos permitieron levantar las paredes de la urbe en un tiempo sumamente breve. En un eje Este – Oeste del Nilo se alzó el Gran Templo de Atón. De planta rectangular, su principal novedad era la ausencia de techo, ya que el culto a Atón se desempeñaba al aire libre.



Egipcio Hombre Dios del Sol. Fuente: Pixabay


El tiempo que Akhenatón residió en esta nueva ciudad es conocido como Período Amarniense, derivado de Amarna, el actual emplazamiento. Este faraón no sólo revolucionó el sistema religioso, sino también la literatura, al componer su Himno a Atón, la lengua (que llegó a simplificar) y en especial las artes figurativas. El llamado Arte de Amarna será un revulsivo en un arte egipcio que a través de miles de años apenas había cambiado en su hieratismo. Ahora se dará una mayor libertad a los artistas, que pueden reflejar todo tipo de emociones, dotando a las figuras de un mayor refinamiento y humanismo. La manera de representar al faraón y a su familia también será revolucionaria, pues hasta ahora aparecían con expresiones mayestáticas, irreales, rígidas. Con el nuevo estilo, vemos a una Familia Real mucho más cercana, en escenas relajadas, íntimas. Son representados en actitudes hasta el momento tabúes, por ejemplo

comiendo, besándose, jugando con las niñas o incluso en escenas desgarradoras de duelo ante la pérdida de algún miembro de la familia.

El Arte Amarniense cambió incluso la representación del faraón. Si las imágenes clásicas de los soberanos reflejaban hombres fornidos, jóvenes y viriles, dispuestos para el combate, Akhenatón ofrecerá una estampa totalmente distinta. Incluso con un cuerpo deformado, demasiado alargado, con características propias de una mujer, como los labios carnosos, los ojos rasgados de manera exagerada, la cintura estrecha y las caderas anchas, así como con senos desarrollados. Esto ha dado lugar a multitud de conjeturas: defectos genéticos, Síndrome de Marfan, problemas hormonales… Sin embargo, la explicación más aceptada se encamina hacia una representación intencional, ya que su dios era a la vez “padre y madre de todas las cosas”, una dualidad que también quería ver Akhenatón reflejada en su persona. El resto de la familia también tendrá esta representación peculiar, sobre todo en el alargamiento de los cráneos, que algunos especialistas han visto como símbolo de la pureza.

Si importante fue Akhenatón en todo este movimiento revolucionario, no lo fue menos su esposa favorita, Nefertiti. Hija del funcionario Ay, no sólo destacó por su belleza, reflejada en las paredes del Templo (ocupando el mismo lugar de preeminencia que el faraón) y en el famoso busto hoy ubicado en el Museo de Berlín. Fue también una mujer dotada de carácter, inteligente y capacitada para el gobierno. Tanto es así que muchos especialistas han señalado que era ella quien llevaba los asuntos de Estado mientras su esposo se dedicaba a las tareas de culto. La existencia de cierta correspondencia en forma de tablillas, las conocidas Cartas de Amarna, testifican lo que fue Egipto durante este período: una potencia no tan fuerte como cabía esperar, y amenazada por el Imperio Hitita. Por último, señalar que del matrimonio nacieron seis hijas, cuya suerte fue distinta, bien por el posterior enlace con su padre tras la muerte de Nefertiti, bien por la muerte prematura de algunas de ellas (recordemos que en la realeza egipcia eran tan comunes los matrimonios incestuosos como una vida breve, quizá producto de la endogamia).



Nefertiti Escultura Berlín. Fuente: Pixabay


Tras la muerte del faraón se plantea un problema sucesorio, y en mitad del revuelo aparece un personaje misterioso que ocupa el poder durante un año o dos a lo sumo. Su nombre fue Semenejkara, y no faltan teorías que apuntan a la propia Nefertiti desempeñando este papel hasta que suba al trono Tutankamón. No sería de extrañar, ya que hemos mencionado a esta soberana para manejar las cuestiones del gobierno.

¿Y qué pasó con todo cuanto levantó Akhenatón? Fue tan espectacular como efímero. De manera casi inmediata, la Ciudad de Atón fue desmantelada, los cortesanos regresaron a Tebas y el culto a Amón fue restablecido. Los antiguos sacerdotes volvieron a ocupar su lugar privilegiado. Hay quien sostiene que Akhenatón no fue un buen gobernante, quizá invadido por un misticismo desmesurado y ocupado en reformas de todo tipo que alteraron el orden. Hay incluso quienes sostienen que el pueblo llano nunca abandonó sus antiguas creencias y practicaron el mismo culto ancestral en privado. Sin duda, el proyecto de Akhenatón fue una utopía, pero con la suficiente trascendencia como para llegar hasta nuestros días.

Bibliografía:

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