top of page

Los diez mil mercenarios de Persia

lliria, 18/06/21

Imagen: Casco Grecia Antigua. Fuente: Pixabay


Imaginad que os encontráis en mitad de un enorme país, lejos casa, que ya habéis cumplido con vuestra misión, y que lo único que queréis es regresar. Sin embargo, no sólo no os han pagado, sino que además os impiden la vuelta, os resulta prácticamente imposible encontrar comida (o cualquier otra cosa que necesitéis) y la suerte de miles de personas está en vuestras manos. Complicado, ¿verdad? Pues este hecho fue real, y en él se vio envuelto nada más comenzar el siglo IV a.C. alguien llamado Jenofonte. Vamos a ver quién era y cómo llegó a esta situación.


Jenofonte nació en Atenas sobre el año 430. Su familia gozó de una posición lo bastante buena como para enviar al joven a estudiar bajo la tutela de Sócrates. Jenofonte, además de historiador y erudito, fue un notable militar, y participó en el final de la Guerra del Peloponeso, conflicto que daría la victoria a Esparta y supondría la pérdida del esplendor ateniense.


Mientras, en el trono del Imperio persa encontramos al rey Artajerjes II. Su hermanastro, Ciro el Joven, también reclamaba la corona. Es importante señalar que las luchas por el poder en el Imperio persa son especialmente cruentas, por lo que cualquier medio era bueno para deshacerse de un rival. Ciro no duda en contratar a una fuerza de unos doce mil mercenarios griegos, desocupados tras el final de la guerra en Grecia. A pesar de ser potencias enemigas, los persas conocían lo eficientes que eran las tropas de la Hélade, así que Ciro se frotaba las manos pensando que vencería sin esfuerzo. Claro que el aspirante persa “olvidó” decir a los mercenarios que en realidad no iba a poner orden entre una díscola tribu al suroeste de Persia (como se les había dicho en un principio), sino que su destino se hallaba en el mismo corazón del Imperio para tomar parte en una guerra civil con implicaciones mayores. Al saberlo, los griegos se rebelaron, y llevó mucho tiempo – y promesas de paga extra – convencerles. Al final, aceptaron.

Imagen: Turquía Kaçkars paisaje. Fuente: Pixabay


Jenofonte, que vivió estos acontecimientos, lo dejó todo detallado en su Anábasis o Expedición de los Diez Mil. En estos momentos participa como un simple soldado más, y en su obra muestra a los principales actores y su opinión sobre cada uno de ellos. Nos habla del general espartano Clearco, al que presenta como un hombre justo y lleno de virtudes. Un poco extraño, si tenemos en cuenta que Jenofonte era ateniense. Sin embargo, Jenofonte era un entusiasta de Esparta y de todo lo espartano. Otro general griego, Menón de Tesalia, no sale tan bien parado. A Jenofonte no le caía muy bien. Sin embargo, refleja su animadversión de una forma muy sutil. Más llamativa es la alabanza que hace de Ciro el Joven según se presentan los acontecimientos (con los años llegó a dedicarle incluso una obra, la Ciropedia o Educación de Ciro).


Aceptado el cambio de planes, los mercenarios griegos se dirigieron hacia Babilonia, donde se encontraron con las tropas de Artajerjes dispuestas a combatir. Fue en el año 401 a.C., en la Batalla de Cunaxa. Los mercenarios griegos cumplieron con su parte y pelearon bien, pero cuando se retiraron a su campamento lo encontraron saqueado. Esperaron a nuevas instrucciones de Ciro o que les confirmara la victoria. La realidad fue muy distinta. Hasta que llegaron emisarios de Ciro no supieron lo que había sucedido en realidad: el aspirante persa había muerto en combate y sus tropas se habían desbandado. Artajerjes había vencido. ¿Y ahora? ¿Quién iba a pagarles?


Pero eso no era lo peor: a partir de este momento pasarían a ser intrusos dentro del Imperio persa. Con el beneplácito de sus compañeros, Clearco se erigió como portavoz para responder a las exigencias del rey persa para que entregasen las armas. No iban a hacerlo de ningún modo. Tal y como estaban en territorio hostil, preferían conservarlas para lo que pudiera pasarles. El rey les hace una oferta engañosa: si se quedan dónde están (es decir, en un territorio sin posibilidad de conseguir víveres) serán respetados. Si se mueven, los persas guerrearán contra ellos. Y exige una respuesta inmediata. Con gran habilidad, Clearco despide a los emisarios respondiéndoles de manera ambigua. Luego, se reúne con su tropa y decide que se moverán. Pero ¿hacia dónde?

Grecia, Turquía y el mar Negro, en la parte superior. Imagen: Black Sea Turkey. Fuente: Pixabay


Aquí entra en escena otro personaje: Arieo el persa. Antiguo subordinado de Ciro, se ofrece con su ejército a guiarles por una ruta, aunque más larga que por la que habían llegado, más segura y con posibilidades de conseguir víveres. Se trata de partir desde Babilonia hacia el norte hasta llegar al mar Negro, y desde allí, alcanzadas las colonias griegas del Ponto, regresar a Grecia. También hacen un pacto de no agredirse. Clearco y el resto de griegos no tienen más remedio que confiar en él. Comienzan la marcha. Según Jenofonte, Artajerjes no se atreve a atacarles, pero prefiere seguirles de cerca. Por el camino se les presenta otra figura clave: el sátrapa Tisafernes. Le pregunta a Clearco por qué se han movido y qué les empuja a atacar a Artajerjes. El espartano le responde que no tienen intención de atacar al monarca. Sólo quieren regresar a casa y que lo harán de manera pacífica si se les avitualla hasta que puedan salir del Imperio. Aunque los persas en un primer momento acceden, el clima de desconfianza entre ambos bandos se hace patente.


Como gesto de buena voluntad, Tisafernes invita a Clearco y a los demás generales a una velada. En un primer momento los griegos desconfían, pero empujados por Clearco deciden ir. Tisafernes muestra su verdadera cara apresando y dando muerte a los generales. Piensa que descabezando al ejército griego, este acabará desbandándose y dejará de ser un posible problema para los persas. Pero no había contado con la capacidad de reorganización de los griegos. Así las cosas, varios emisarios persas se presentan en el campamento heleno, refieren lo sucedido y vuelven a exigir a los mercenarios que se entreguen. No sólo reciben otra negativa, sino que además es en este momento cuando, tocada la moral de los soldados griegos, Jenofonte se destaca y, tras un inspirador discurso, anima a las tropas y a los generales que quedan a reorganizarse y seguir la marcha. Viendo el valor de este soldado, se le hace caso en todo y además se le nombra uno de sus jefes.


Llegados a este punto reanudan la marcha, con Quirísofo el espartano liderando las tropas de vanguardia, y Jenofonte las de retaguardia. A lo largo de toda la obra se reproduce más o menos el mismo esquema: conforme los mercenarios griegos avancen hacia el norte con las tropas de Tisafernes siguiéndoles de cerca e incluso hostigándoles, tratarán de abastecerse en los diferentes poblados que atraviesen. Algunos nativos – los menos – les alojan y les proporcionan alimento. La mayoría se mostrará hostil con los extranjeros, que se verán obligados a defenderse e incluso a saquear a las poblaciones para comer. A la altura de Armenia la situación se volverá mucho más dura. Al cansancio, al continuo acoso de los enemigos, las enfermedades y la escasez de víveres se añadirán el frío y las nieves invernales que provocaron síntomas de congelación en muchos de ellos.


El final de esta agotadora marcha se produce en el monte Teques, en Armenia. Desde su cima, las tropas avistan el mar Negro. Es este el momento en el que resuena el famoso grito: “¡El mar!, ¡el mar!”, destino tan ansiado que marca el final de la marcha, pero no del periplo. Al menos aún. Los griegos tendrán que soportar el recelo de los habitantes de la zona – también griegos, aunque en territorio todavía persa. Desde Trapezunte muchos gobernantes se niegan a abrirles las puertas y a negociar con ellos. Temen ante todo las represalias de los persas. Mientras, los mercenarios procuran avituallarse y tratan de hacerse con naves para navegar tocando varios puntos del mar Negro, hasta llegar a Bizancio, donde se produce un desencuentro que termina en expulsión. La aventura final de Jenofonte, antes de llegar a casa sucederá en Tracia, donde firma un acuerdo con el soberano tracio, Seutes, para que las tropas mercenarias, que llevaban tiempo reclamando su paga, pudieran entrar al servicio de este monarca. Durante su estancia, Jenofonte ve manchado su buen nombre por el tema del pago, y por arriesgar durante todo el periplo la vida de sus hombres para sus propios intereses. En un elocuente discurso, Jenofonte se defiende de la acusación y recupera su honor. Acabado el pacto con Seutes, los mercenarios llegan hasta Pérgamo, donde Jenofonte se separa de ellos para volver a Grecia. En total, han recorrido más de mil quinientos kilómetros en un año y tres meses.


La trascendencia de la Anábasis fue tal que años más tarde Alejandro Magno la estudiaría con interés para llevar a cabo su propia – y definitiva – expedición a Persia. El rey de Macedonia vio en la obra de Jenofonte todo un ejemplo a seguir, desde tácticas de guerra hasta cómo animar a las tropas arriesgando la vida en primera línea del frente. También aprendió que el Imperio persa no era un enemigo tan poderoso ni temible, que tenía muchos puntos débiles y que podía ser vencido incluso con un ejército más pequeño pero bien entrenado. Como así fue.


Por último es importante recalcar el recto espíritu de Jenofonte. A lo largo de la obra pronuncia elocuentes discursos en los que expone su visión de los acontecimientos en los momentos más críticos, su habilidad para persuadir a los hombres y animarlos mediante íntegras palabras, así como su capacidad para salir airoso en defensa propia ante los ataques a su honor. Todo un digno discípulo de Sócrates.


Bibliografía

28 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page