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El Desafío

lliria, 26/06/2015


Poseidón. Fuente: Pixabay


Volvía la calma. Alzó el rostro para ver cómo, en la superficie, el sol arrojaba sus rayos al fondo marino. Pero aquí, en su reino, tan solo llegaban diluidos, perezosos en sus juegos ondulantes con la espesura del agua, teñida ahora de un resplandeciente color turquesa. Como nubes de múltiples colores, los bancos de peces comenzaban a surcar de nuevo las aguas, mecidos por las corrientes marinas. Una tortuga pasó aleteando cerca de él, y mientras la seguía con su mirada, dio con el ser que estaba buscando.

Se movió de la roca y avanzó hacia aquel que había osado perturbar la paz de sus dominios. Nadó en torno suyo, rozó con su enorme cola de pez el cuerpo yacente entre los arrecifes, pero el humano seguía inerte. No podía ser de otro modo. El mortal no había podido soportar el embate del dios, y había perecido. Sin embargo, nada pavoroso había en el semblante del humano. Sus cabellos de un suave tono castaño se mecían con las oscilaciones del agua, como las algas que alfombraban el suelo arenoso del fondo. El rostro, rebosante de belleza y juventud, reflejaba en su sueño la placidez y la calma que ahora envolvían las profundidades marinas.


Cerca se hallaba el objeto metálico con el que el humano se había atrevido a desafiar al dios. Lo sostuvo entre sus manos. No había nada especial en aquella trompeta. Sin embargo, algo le llevó a compararla con su poderosa caracola marina, aquella que hacía sonar para someter a sus súbditos acuáticos y para dominar a las fuerzas de los mares a su antojo. “Te desafío, Tritón. Sal aquí fuera, y mide conmigo tu poder”. Había respondido al reto. Al emerger de las aguas, el mortal había palidecido ante la visión de su amplio torso salpicado de pequeñas conchas y detritos marinos, su poderosa cola de escamas de un tono esmeralda resplandeciente, sus largos cabellos, tan oscuros como el cielo que había comenzado a ennegrecer y las aguas que alborotaban en gigantescas olas de rabiosa espuma. Sin embargo, Miseno no había emprendido la huida como el resto de sus compañeros, sino que contuvo su temor.


“¿Qué quieres de mí, Miseno? ¿Por qué osas perturbar la paz de mis dominios?”, había tronado la voz del dios.

“Yo, Miseno, hijo de Eolo, trompetero de Eneas, sostengo ante ti que no hay mayor fuerza que la mía para mover el líquido elemento”


“El único líquido elemento que haces mover es el de tu copa de vino. Regresa con los tuyos y no me importunes”.


Pero Miseno había insistido en dominar los alborotados mares al son de su trompeta, tal y como Tritón hacía con la caracola que portaba. Así pues, el hijo de Eolo tañó el metal con un poder tal que parecía ser insuflado por su divino padre. Tritón, enfurecido por aquella muestra de poder, hizo a la vez sonar su poderoso instrumento, y los embravecidos mares se alzaron en olas que parecieron ocultar la bóveda del cielo. Una de ellas, tan poderosa como el tentáculo de un monstruoso pulpo, arrancó a Miseno de la roca donde se hallaba y lo arrojó a las profundidades. El mortal trató de salir a la superficie, pero la fuerza del mar, obedeciendo al

mandato de Tritón, se lo impedía una y otra vez. Finalmente, Miseno acabó por pagar su arrogancia, y su cuerpo inerte se fue hundiendo en las profundidades. El dios fue sintiendo cómo su ira se aplacaba, y con ella, la furia de la tormenta. Se sumergió de nuevo, buscando al héroe abatido. Sólo al volver al fondo marino, cerca de su morada, sintió que la cólera que lo había poseído en la superficie había ido pereciendo junto al aliento de quien la había provocado.

Bibliografía:

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