Ruichy, M., 13/05/21
Muchas veces nos preguntamos por las diferencias existentes en la intención de voto entre personas que viven en una misma sociedad. Nos da la sensación que percibimos las situaciones de distinta manera y nos cuesta entender cómo otras personas pueden apoyar políticas que claramente percibimos como intolerables y perjudiciales. Intentaremos dar una explicación a esta cuestión desde un punto de vista psicosocial.
En un principio la predicción del voto se estudió basándose en la ideología política como principal factor determinante. Los estudios realizados desde la tradición psicoanalítica nos dicen que los niños y niñas muestran tendencias partidistas a edades muy tempranas, alrededor de los siete años, influidas por la educación recibida, las actitudes hacia los padres y hermanos y por el ambiente en que se desarrolla la niñez. Cuando la educación recibida es extremadamente disciplinada, con códigos morales convencionales y sin expresión de cariño se crean sentimientos de hostilidad hacia los padres que luego se trasladan a otras personas. Según los estudios realizados sobre el voto hereditario desde una perspectiva de aprendizaje social, la intención de voto de los hijos solo guardará relación con la de sus padres si estos presentan puntuaciones similares en pruebas que miden tener una personalidad autoritaria. Por el contrario, si uno de los progenitores tiene una alta puntuación y el otro una baja puntuación en autoritarismo, la intención de voto de los hijos no guardará relación con la de los padres.
La teoría de la personalidad autoritaria (Adorno, Frenkel- Brunswick, Levinson y Sandford, 1950) aparece tras la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de explicar el antisemitismo y los motivos que llevan a cometer actos tan terribles hacia ciertos grupos de individuos. Esto no podía ser explicado únicamente por una ideología política, entendida como opinión, actitud y valor hacia lo político, económico y religioso; sino también por poseer un tipo de personalidad específica. Los resultados mostraron que hay ciertos individuos susceptibles de manifestar fuertes sentimientos antidemocráticos y con una ideología etnocentrista, definida por Sumner como “Visión de que el propio grupo es el centro de todo y se constituye en el modelo por el que se juzga todo” (1906). Estas personas con un alto grado de autoritarismo muestran fuertes sentimientos de pertenecer a un grupo, patriotismo, conciencia nacional, tradicionalismo cultural y se sienten superiores a otros grupos, con prejuicio hacia inmigrantes, homosexuales, gitanos, etc. Para delimitar su grupo se basan en caracteres como la lengua, el acento, los rasgos físicos o la religión (Kurzban, Tooby y Cosmides, 2001). Además poseen una personalidad rígida, muestran sumisión hacia los que consideran superiores (dentro del mismo grupo) y desprecio hacia los que consideran inferiores (otros grupos) y se muestran intolerantes hacia otras actitudes religiosas y sexuales.
Hay diferentes pruebas que miden el autoritarismo. Unas de las más reconocidas son la Escala RWA (Altemeyer, 1981) y la Escala de Orientación a la Dominancia Social (Sidanius y Pratto, 1999, 2004).
La Escala RWA mide el autoritarismo desde una perspectiva del aprendizaje social, evaluando tres tipos de actitudes: sumisión, agresión y convencionalismo. Se basa en sentimientos de miedo y amenaza que generan búsqueda de autoprotección. Un alto grado de autoritarismo en esta escala nos muestra a una persona que considera a los otros como amenazantes para la estabilidad, la seguridad y el orden del sistema social y que categoriza a la sociedad entre gente buena y decente, y gente mala, perjudicial y desviada.
La Escala de Orientación a la Dominancia Social se basa en la creencia de que la sociedad forma parte de un mundo que compite por el poder y por los recursos existentes, donde se piensa que unos grupos superiores dominantes alcanzan el éxito y otros grupos inferiores y subordinados fracasan por no saber adaptarse. Este pensamiento genera motivos de autoensalzamiento, poder, superioridad, dominancia y rechazo hacia los grupos considerados inferiores, además de crear una predisposición individual hacia relaciones no igualitarias para conservar este tipo de jerarquía social. Este sentimiento se relaciona con el rechazo a políticas de bienestar social, el apoyo a programas militares y políticas punitivas como la pena de muerte. También se relaciona con el prejuicio étnico, el sexismo, el conservadurismo político y económico y por la preferencia por partidos políticos de derechas. Hay que destacar que personas de grupos desfavorecidos contribuyen a su propia subordinación. Esto se explica, por un lado, porque la dominancia social es más intensa y se perciben más las actitudes del grupo dominante y segundo, el grupo subordinado suele asumir su estatus justificando su desigualdad. Este dato explica por qué las mujeres obtienen menores puntuaciones en dominancia social que los hombres en distintos estudios realizados en diferentes culturas y países, también en España.
Según la investigación desarrollada por Bustillos, Silván Ferrero y Huici (2007), tanto la personalidad autoritaria como la orientación a la dominancia social son fuertes predictores de la orientación política, con un voto más estable. Al contrario de los llamados “indecisos”, este grupo de “convencidos” siempre votará a la misma opción política independientemente de la situación del momento, del candidato o de si se trata de elecciones nacionales o autonómicas. Mientras tanto, los indecisos, es decir, las personas que no dan una alta puntuación en dominancia y autoritarismo, serán los que a pie de urna puedan llegar a votar a un candidato o a un partido político distinto a su ideología, dependiendo de la situación, del tipo de comicio o del criterio que considere necesario para un mayor bienestar social general.
En época de crisis, como la que estamos viviendo actualmente, las personas sentimos más inseguridad. Y la inseguridad junto con la sensación de libertad que nos venden nos hace más vulnerables al autoritarismo. Lo utilizamos como mecanismo de evasión con sentimientos de impotencia, inferioridad e insignificancia, sacrificando nuestro individualismo al necesitar identificarnos con la mayoría. En palabras de Erich Fromm: “El hombre cuanto más gana en libertad más pierde en seguridad”.
Referencias y bibliografía
Adorno, T.W., Frenkel-Brunswick, E., Levinson, D.J., Sandford, N. (2006). Empiria. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales
Arias Onduña, M.V., Morales Domínguez J.F., Nouvilas Pallejá, E., Martínez Rubio, J.L. Psicología Social Aplicada (Madrid: Médica Panamericana, D.L. 2012)
Bustillos, A., Silván-Ferrero, M.P., y Huici, C. (2007), Marketing político y conducta de voto: la influencia de las variables psicosociales en la estabilidad del voto. Revista de Psicología Social
Ovejero Bernal, A. EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es
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